Perdedor es un concepto cargado de prejuicio que se aplica a quienes no tienen éxito en la vida económica, independientemente de sus circunstancias y formación. Por ejemplo, los productores agrícolas de subsistencia, cuya actividad era trabajar la tierra para atender las necesidades de su familia, en cooperación y trueque con sus vecinos.

En este contexto, operaban bien y se les podía catalogar de productores exitosos a pesar de no tener una actividad monetaria importante.

Sin embargo, al llegar la economía mercantil y tener que obtener el ingreso de la venta de productos, pierden el norte y fracasan estrepitosamente.

Para quien ha vivido siempre en una economía mercantil, resulta obvio que hay que llevar un control de gastos e ingresos para obtener los recursos necesarios para la supervivencia, pero esto es totalmente desconocido para el productor de subsistencia acostumbrado al trueque.

“Yo sabía pescar, pero no cómo hacer dinero para comprar mi diario”, manifestó un pescador de Nosara, después de un proceso de capacitación.

Adaptarse a una nueva realidad no es un proceso que se resuelve con buenos consejos o cursos de pizarra, y menos con asistencialismo.

El productor otrora exitoso se convierte en un perdedor no solo de su tierra y vivienda, sino de su conocimiento y habilidades para conseguir un ingreso en el mundo emergente.

Se trata de personas cuyas capacidades fueron configuradas por la actividad productiva prevaleciente en su tiempo, y quedaron desfasadas con la llegada de la economía mercantil o la industria, en el caso de los artesanos.

Verlas como perdedoras –esto es como incapaces– es ponerles una lápida social encima y excluirlas de la vida económica. ¿Pero es que es posible rescatarlas e incorporarlas a la vida moderna?

Conseguirlo, desde luego, no es posible para las personas de edad avanzada y salud muy frágil que van a requerir algún tipo de asistencia social, pero sí para el grueso de la gente con fuerzas y saludables, si vemos a estas personas como seres históricos y no como seres determinados a la exclusión.

Incorporar. Pero entonces, ¿por qué el aparato institucional, que destina grandes montos a la política social, no incorpora a estos productores o a los artesanos mercantiles desplazados por la gran industria?

Por varias razones: en primer lugar, se piensa que la solución está en las grandes inversiones modernas donde no ven, por su nivel educativo, a los desplazados como actores. Y cuando los incorporan lo hacen bajo la óptica de “pobrecitos”, a los que hay que hacerles los proyectos y darles “seguimiento”.

Esto es llevarles de la mano, como si fueran niños, lo que causa que vean los proyectos pasivamente, como una tarea que no depende de ellos.

Es un sistema asistencialista que atenta contra la naturaleza de la capacitación de adultos o andragogía que exige autonomía y participación.

Los modelos mentales organizacionales se generan y arraigan en la actividad productiva sostenida, pero esto no significa que las personas estén determinadas y no puedan cambiar.

La gente puede transformarse y adecuarse a las nuevas condiciones, si no se confunde capacitación con educación, y en vez de cursos y buenos consejos se promueve la capacitación en la práctica.

Darles una actividad real, en condiciones de autonomía, que responda a sus necesidades y estimule las nuevas formas de organización. Hay muchas experiencias en todo el mundo donde los grupos y comunidades actuando en la práctica se han desprogramado y vuelto a reprogramar si se respetan los principios de la andragogía.

Esto demanda también una reformulación de las instituciones y políticas públicas estructuradas para “ayudar” a evitar posibles explosiones sociales.

Educación y capacitación. En vez de instituciones descoordinadas, que en el mejor de los casos “hacen la tarea” a los “beneficiarios”, se requieren políticas articuladas de educación para los jóvenes y de capacitación organizacional y en proyectos para los adultos que tienen problemas para conseguir ingresos, crédito, ventajas fiscales e infraestructura, que empoderen a los grupos y comunidades organizados.

Un Estado gestor que oriente el desarrollo con servicios y estímulos concretos a los encadenamientos de los sectores de la economía tradicional con la moderna es lo que se necesita.

En este sentido, la política de ventajas para promover las inversiones externas o nacionales debe complementarse, con la demanda de generar encadenamientos locales, como lo hizo Israel con Intel.

En el proceso de ajustar los servicios del Estado hay que dar protagonismo a la gente promoviendo y otorgando respaldo técnico a sus iniciativas, como lo hizo en su oportunidad el Dr. Ortiz Guier con el Hospital sin Paredes en un ámbito como la salud, altamente especializado, donde los técnicos, sin embargo, lograron incorporar a una población de muy bajo nivel educativo y obtener logros sin precedentes en su campo.