La noticia de cómo el narcotráfico capacita a los asesinos costarricenses para que operen como empresa moderna del crimen debe llamar a una reflexión profunda sobre su significado.

En primer lugar, la modernización ha llegado para quedarse, y se produce en todos los campos de la organización económica. De esto ha tomado nota el narco, y se prepara para ejercer su poder e influencia en nuestro país.

En segundo lugar, los narcotraficantes marcan el camino al decir cómo hacerlo mediante la capacitación de los sicarios y sus empresas de la muerte. Saben muy bien que no es simplemente conseguir gatilleros dispuestos a disparar ocasionalmente por unos cuantos miles de colones. Necesita profesionales que cumplan su trabajo con eficiencia, es decir, que localicen a la víctima con precisión y no cometan errores que alerten a sus enemigos porque les puede costar caro.

Esta es la razón por la cual se llevan a los jóvenes de bajo nivel educativo a México o los entrenan aquí mismo en labores de inteligencia y manejo de operativos y armas para que puedan actuar como una nueva y eficiente institución que sea respetada en un medio acalambrado por la tramitomanía.

Saben muy bien que sin preparación y sin entrenamiento técnico serán incapaces de hacer las tareas que demanda la moderna empresa del delito. Tienen mucho material humano para escoger entre la población que perdió o nunca tuvo, por las barreras y exigencias institucionales, la oportunidad educativa.

El narco se aprovecha de esta situación para formar sus cuadros y pymes de la economía subterránea.

La lección está clara. Un nuevo poder económico con alcances insospechados se prepara para imponer un nuevo orden institucional aprovechando las debilidades crecientes de nuestro sistema.

La situación es ya de por sí muy muy grave, y amerita una revisión de la forma en que nos preparamos para enfrentar los peligros que se vislumbran en el horizonte.

La otra lección es que debe actuarse preventivamente abriendo oportunidades, trazando políticas públicas de capacitación y desarrollo regional para el sector tradicional de la economía que ha permanecido al margen del progreso.

Es en el sector tradicional donde se están incubando no solo la pobreza y el desempleo sino también la delincuencia y la economía subterránea.

Recursos e iniciativas para la modernización existen en las mismas comunidades, pero es necesaria la coordinación de las políticas públicas en el ámbito regional. Esto supone transformaciones significativas en las instituciones para que se coordinen entre ellas y mejoren su eficacia, para que transfieran recursos y capacidades. Al grupo en riesgo debe concedérsele ventajas fiscales y crédito que estimule los encadenamientos con el sector moderno de la economía.

Lo anterior implica tomar decisiones, hacer reformas y ajustar las políticas públicas, pero, sobre todo, no temer a la participación de las comunidades. Sabemos muy bien que el actual aparato institucional, aunque cuenta con los recursos, no tiene condiciones para dar seguimiento a las iniciativas locales. Esto, sin embargo, no debe ser pretexto para detener la organización y capacitación de las comunidades alrededor de sus ideas y proyectos.

Tenerle temor a la demanda de las bases con propuestas concretas no va a cambiar la realidad, por el contrario, va a postergar la reforma institucional, mientras el narco se posiciona.