Los sindicatos han tenido un papel relevante en la vida democrática. Han sido un instrumento de
organización y reivindicación de los derechos de los asalariados, sin los cuales muchas de las
conquistas sociales actuales no hubieran sido posibles. Gracias a ellos, entre otros, hemos gozado
de un relativo equilibrio social. No obstante, los tiempos en que este movimiento era fuerte en las
actividades productivas del país han quedado atrás tanto por limitaciones legales, que en parte
están siendo superadas por la reforma laboral, pero también por falta de visión de su papel en el
contexto social actual y sobre todo por oportunismo clientelista en algunos sectores sindicales,
especialmente del sector público.
Ei sindicato es un instrumento de lucha para garantizar los intereses de los trabajadores, pero sin
olvidar que estos dependen también del contexto de la empresa y la sociedad. En otras palabras
las luchas, además de generar beneficios a los trabajadores, deben mantener la fuente de
bienestar colectivo, esto es la empresa o la institución. Los sindicatos japoneses son un buen
ejemplo. Establecen las negociaciones con las empresas alrededor del plan de desarrollo de éstas y
se comprometen en la tarea de elevar la productividad, a cambio de un porcentaje de las
ganancias y de un reacomodo de los trabajadores desplazados. Buscan una solución de gane gane.
En contraste ¿que ganaron los trabajadores del Banco de Crédito Agrícola de Cartago
concentrándose en los estímulos salariales inmediatos? Por lo visto muy poco y perdieron su
fuente de trabajo por no velar por la buena gestión de su institución. ¿Es que no sabían que era lo
que estaba pasando con la gestión del banco o es que preferían no saberlo para obtener
beneficios inmediatos? Mejor les hubiera ido si el movimiento sindical se hubiera concentrado en
analizar la mala gestión pública en esa y otras instituciones y propusiera al país cambios de fondo
en defensa del interés público, convirtiéndose en adalid de interés público.


Más allá del caso del banco mencionado, el silencio frente a la mala gestión pública ha sido la
tónica del movimiento sindical. Pareciera que este silencio ha servido para negociar privilegios con
las autoridades, dentro de una malsana operación “atolle” o de complicidad. “Yo me callo sobre el
abuso, pero a cambio de una porción del botín público”. Esta ha sido la trampa en que ha caído
una parte de la dirigencia sindical, sin darse cuenta que los privilegios obtenidos por este medio
han colocado al movimiento sindical como el único causante de la mala gestión pública y
encubierto los grandes negociados y malversaciones de los políticos corruptos. Para colmo de
males la falta de visión ha llevado a algunos sindicalistas a excesos generadores de odio como los
de la negar la entrega de los cadáveres a las familias dolientes.
Pienso que es hora de que el movimiento sindical se pellizque y corrija el rumbo oportunista que,
por acción y omisión, lo lleva en ruta de colisión con los electores en la próxima campaña. Que
aparte del sindicalerismo oportunista y retome los caminos del sindicalismo responsable de
Manuel Mora, Carlos Luis Fallas y Alvaro Montero Vega.

No hay que tener una bola de cristal para entender que en los últimos años se ha venido
preparando las bases para una campaña de polarización social, donde el problema de la mala
gestión pública se centrará en los empleados públicos y algunos políticos “corruptos”. De tal
forma, por una parte se están sentando las bases para el cierre y reducción de instituciones
públicas y por otra, para desaparecer del escenario a quienes efectivamente manejan y
reproducen las redes corporativas de corrupción que convierten el aparato institucional en un
verdadero invertebrado, que requiere de profundas reformas.