Miguel Sobrado
Después de dos siglos de estancamiento, el Celeste Imperio chino, renació de las cenizas en que lo habían dejado las políticas coloniales occidentales y el maoísmo criollo. Al reencontrar sus raíces China emprendió un proyecto nacional, con proyecciones cada vez más globales, que la ha catapultado como segunda economía del planeta y encarrilado a paso firme, a través de la nueva ruta de la seda, hacia un liderazgo cada vez más cosmopolita.
Renació en apenas 40 años, impulsada por una iniciativa campesina de libre mercado, que cobró dinamismo y fue capaz de integrar las mentes y voluntades de sus habitantes. Luego, paso a paso y con un bajo perfil sumó aliados en el resto del planeta.
Logró la integración el haz de voluntades colectivo, de tal manera que cada grupo de interés, local o extranjero congruente con el proceso emprendido, pudo encontrar su espacio de aporte y enriquecimiento.
Mientras en Latinoamerica…
Para quienes nos formamos en Latinoamérica del siglo XX con el sueño de que nuestra región fuera en algún momento una pieza importante en el ajedrez mundial, los acontecimientos políticos locales del fin de siglo XX e inicios del siglo XXI, nos obligan a una reflexión profunda sobre nuestro papel en siglo que se adentra.
Más allá del rechazo a las políticas imperialistas, primero española y posteriormente inglesa y norteamericana en los siglos XIX y XX, que crearon una unidad continental frente a la agresión externa, conviene destacar algunas de vertientes culturales, de diverso origen que subyacen en nuestra generando identidades diversas y contrapuestas.
En primer lugar nuestra América no es uniforme, está integrada por un conjunto de naciones y culturas con diverso peso étnico en las regiones.
La independencia de España y Portugal fue ante todo una reivindicación de los intereses de los criollos que dejó por fuera los de los indígenas y africanos y mantuvo las relaciones de dominación y privilegio de los ibéricos y otros grupos europeos sobre los nativos y ex esclavos. Esta situación, no solo mantuvo al margen los derechos de las comunidades indígenas sobre sus tierras, sino también reprimió muchas manifestaciones culturales de estas y sus y los ex esclavos africanos. Quizás lo más grave de esta relación fue la falta de estímulos y tensión creativa que gestaran un liderazgo incluyente. La relación de dominación “sobre lomos de indios y esclavos” facilitaba para la clase dirigente criolla un bienestar fácil que no estimulaba el trabajo ni la innovación.
Empotrados en el sistema patrimonialista originario de la colonia se gestó un hibrido “republicano” que Denise Dresser llama muy acertadamente un “capitalismo de cuates”. Esto es un sistema oligárquico donde desde el poder se definen y asignan las oportunidades y los privilegios. En vez de ser el poder social y económico el que se articula el Estado.
Un sistema que desarrolla destrezas cortesanas, al mismo tiempo que alergia al trabajo. Como lo menciona en una de sus estrofas una popular canción caribeña cuando dice “el trabajo lo hizo dios como castigo”. De tal forma que los miembros de estas élites solo aprenden a trabajar de verdad cuando lo pierden todo y se enfrentan al exilio o a la pobreza.
Las comunidades indígenas y los africanos, restringidos en sus derechos y expresión ciudadana, coexistieron con expresiones culturales sincréticas, toleradas dentro de la estructura de poder como manifestaciones folclóricas.
La religión católica que favoreció en algunos casos el sincretismo durante la colonia, fue uno de los componentes de una forma de identidad compartida. Más adelante, con la Teología de la Liberación, los obispos latinoamericanos trataron de recuperar esta vertiente de trabajo con las comunidades, pero desde Roma se le quitó impulso y la posibilidad de fortalecer este nexo identitario de organización de los marginados. Situación que aprovechó más adelante, la Teología de la Prosperidad impulsada por las iglesias evangélicas neo pentecostales financiadas generosamente desde los Estados Unidos, para ligar estos movimientos a las políticas neoliberales.
De tal forma la identidad latinoamericana históricamente ha estado más ligada a intereses particulares y un folclor de exportación, que a un entusiasmo por las calidades de liderazgo y valores propios.
Una nueva y brutal turbulencia enfrenta al patrimonialismo tradicional a un nuevo rival: el narco tráfico. Por primera vez en cinco siglos surge una sólida fuerza económica que se enfrenta al Estado y lo penetra por las venas abiertas de la corrupción. Una fuerza que lo amenaza seriamente en sus fundamentos y que se perfila para el patrimonialismo como el asteroide que acabó con los dinosaurios.
Recientemente el malestar de la población se ha agudizado en varias partes del continente, carentes de una esperanza, abrumados por la corrupción galopante. Expulsados de sus comunidades por las transnacionales, sin esperanzas por la falta de inversiones significativas en capital humano, con desempleo y delincuencia organizada creciente, las masas de excluidos a pesar de las riquezas de sus países, han empezado a abandonarlos. De tal forma se ha iniciado en los estados fracasados de Centro América, México y más allá, éxodos masivos en búsqueda del “sueño americano. Una marcha de derrota, iniquidad y vergüenza del ser latinoamericano.
Mientras que los países de mayor tamaño del continente pasan por convulsos procesos políticos, cuatro países menores marcan rumbos y sin rumbos. Por una parte Cuba que ha logrado formar un gran capital humano, no puede aprovecharlo por el temor visceral a la empresa capitalista criolla. Uruguay si bien ha logrado una cierta estabilidad institucional y bienestar, está sujeto a los vaivenes económicos de sus vecinos. Chile, por su parte si bien ha logrado indicadores macroeconómicos relativamente buenos, tiene un malestar social latente heredado de la dictadura.
Mientras tanto Bolivia uno de los países más pobres, la única república americana donde los indígenas han tomado el poder y dirigen su Estado, se producen éxitos importantes en su economía y desarrollo social. Se fortalece una nueva identidad.
Se trata de países pequeños donde se cuecen procesos locales que, sin embargo, pueden contribuir a configurar senderos para un nuevo sincretismo
Se colocan las fichas en el gran tablero latinoamericano, pero dada la diversidad del subcontinente, las contradicciones y antagonismos existentes no parece realista pensar en una identidad latinoamericana, como una copia de Europa o los Estados unido. Somos bastante más que eso tenemos una herencia milenaria, tanto americana como africana que hemos menospreciado. Se trata de saberes para la preservación del medio ambiente la alimentación y el arraigo de los habitantes que retoman vigencia Nos falta un trecho bastante largo por recorrer antes, que empujada por la necesidad, emerja una nueva identidad capaz de atrapar los corazones y las mentes de la región. Un proceso que al mismo tiempo que desarrolle una ciudadanía, integre las fortalezas y saberes regionales con proyecciones cosmopolitas. Esta dentro de lo posible, aunque llevará aún tiempo. La herencia colonial parece aún pesar mucho.