Bajo el nombre de tecnologías y metodologías se ha abierto un amplio mercado en el campo de las ciencias sociales y administrativas, que evoluciona según las modas y demanda ideológica institucional. De tal forma se ofrecen respuestas a requerimientos técnicos y políticos de los proyectos elaborados desde los escritorios gubernamentales.

La oferta, cuando es técnica y la población ha sido previamente escogida en zonas de capital social, esto es comunidad cívica organizada, y por sus resultados, por ejemplo microempresas seleccionadas para una incubadora, pueden presentar resultados  satisfactorios. No obstante, cuando se trata de procesos mayores de promoción y organización con poblaciones carentes de capital social, que requieren autonomía  para su desarrollo y buena gestión, los métodos adoptados por la institucionalidad presentan limitaciones serias.

Estas limitaciones tienen su origen en el sustrato ideológico del que parten los planes y proyectos institucionales,  que suponen,  en el caso de los profesionales y técnicos, que los “beneficiarios” por su bajo nivel educativo, deben ser llevados de la mano en la definición y en la ejecución del proyecto. Esta visión es congruente con las relaciones de poder clientelistas, que procuran que los programas públicos les sumen respaldo electoral.

En este sentido, aunque formalmente en los proyectos se destaque la importancia de la “participación”, en la práctica la descartan cortándole las  alas a las iniciativas locales gestoras de creatividad y apoderamiento ciudadano.

 

En su conjunto los profesionales asistenciales, por una parte, y los políticos clientelistas por otra, operan como un sistema; que mata la voluntad,  la iniciativa y la capacidad de organización de quienes tienen potencial para hacerlo. Los profesionales para no crearse problemas, en vez de rescatar la experiencia local, inducir el conocimiento y estimular la organización autónoma, imponen los procesos preestablecidos. Como resultado los proyectos no son vistos como propios por quienes deben beneficiarse, sino como proyectos institucionales, de tal forma el éxito o el fracaso es atribuido a la institución patrocinadora.

Los profesionales son estimulados  por las estructuras institucionales y políticas,  a mantener este proteccionismo y cohonestar el clientelismo.

Esta visión de los excluidos como “pobrecitos” configura e incuba un sistema que atenta contra la naturaleza del aprendizaje y capacitación. La andragogía es la disciplina que rige la educación de adultos; ésta, a diferencia de la pedagogía que es para los niños, exige para hacer eficaces los procesos de capacitación, la existencia de autonomía en la definición de proyectos y su ejecución por parte de los sujetos.  Tratar a la población adulta como niños que hay que llevar de la mano definiéndoles las metas y los procesos, es actuar a contrapelo del conocimiento y la naturaleza del aprendizaje y la capacitación.

Al cargar con el “pecado original ideológico”, los enfoques más elaborados se concentran  en aspectos técnicos, dejando de lado el potencial creativo subyacente de los sectores populares que solo aflora y cobra vida con la autonomía organizacional.

 

La organización como apoderamiento social

La organización, para algunos puede ser una disciplina más. Una actividad propia solo de las empresas y organizaciones, pero es mucho más que eso. La organización es un componente esencial para el desempeño en la vida social. Desde el más temprano proceso de socialización se definen roles, se moldean modelos y se construyen expectativas de vida y capacidades de desenvolvimiento. Se forjan expectativas y capacidades de los individuos y grupos, dependiendo de la posición en la escala social. En este proceso se generan también techos que definen límites a los individuos y grupos en dicha escala.

El poder social cívico y económico depende de la organización y esta a su vez de la autonomía que brinde en el proceso de capacitación organizacional. Sin autonomía no es posible la capacitación. Sirva de ejemplo, por su carácter didáctico, la capacitación técnica en el manejo de vehículos. Un chofer no se capacita con un curso teórico, requiere de práctica,  el instructor debe cederle la dirección y la responsabilidad en su manejo. Solo cuando el aspirante  a chofer entra en contacto con el vehículo (el objeto), es que descubre las calidades operativas del vehículo, por su parte, consolida el conocimiento y desarrolla las destrezas requeridas para su manejo. Este mismo proceso de autonomía debe darse, adecuándose a la situación, en los procesos de capacitación en organización si queremos que sean ciudadanos apoderados y no clientes pasivo dependientes.

La teoría de la actividad desarrollada por A.N Leontiev en su libro “Actividad, conciencia y personalidad”  sobre los procesos de aprendizaje ha marcado una pauta importante en el quehacer científico contemporáneo destacando la importancia de la autonomía en los procesos de capacitación. Este importante requisito, sin embargo es  diluido por las prácticas institucionales e incubada y protegida por las redes clientelistas de poder, especialmente cuando desde el sistema institucional se patrocina la cooptación y control institucional, utilizando fondos públicos para imponer dirigentes y lealtades en los movimientos emergentes.

Para que la política social sea incluyente y genere ciudadanía en vez de clientes, tiene que asumir el camino de la andragogía y romper con las redes de poder. Sin embargo esta transformación no se dará por convicción académica, sino por la erosión del tejido social y sus repercusiones. La turbulencia social estimula y configura alianzas.

Que la tierra era redonda lo sabían los sabios del renacimiento, pero se cuidaban mucho de decirlo para no ser condenados a la hoguera. No fue sino cuando se cerraron las vías al comercio,  que se crearon expediciones  a ultramar. La turbulencias crecientes en el ámbito mundial están creando las condiciones y necesidad de superar el clientelismo y redescubrir el camino del conocimiento.