Miguel Sobrado
El libro de Francis Fukuyama “Los orígenes del orden político”, aporta una nueva visión a la ciencia social. Es una obra de una erudición imponente porque no se limita, como otros politólogos a estudiar los sistemas de poder de Europa y el Oriente medio. Sus conocimientos incorporan estudios antropológicos de diversas partes del mundo e incorporan al Asía, especialmente China y la India a las que conoce magistralmente. Este libro, no solo es erudito, sino además sabio porque no se limita a reproducir conocimiento, sino que construye con él, nuevos enfoques e interpretaciones sobre el auge y decadencia de las naciones muy útiles e innovadoras para el análisis de lo que pasa en el mundo y en nuestro país.
Al estudiar el auge y decadencia de los imperios y sistemas de poder encuentra la constancia de una lucha entre dos tendencias: las centralistas tendientes a formar un Estado articulado principalmente por los intereses generales y de defensa y las corrientes patrimonialistas definidas por los intereses particulares de quienes ejercen el poder para beneficio propio, subordinando a éstos los intereses públicos.
Analizando los casos de decadencia de las dinastías en China, la India y otros imperios del oriente próximo encuentra una constante entre el patrimonialismo y el debilitamiento y desintegración de las dinastías. En el estudio de los estados europeos, documenta y destaca los mismos síntomas entre otros en España y Francia. Menciona también el caso Polonia y Hungría, donde el rey era electo por el parlamento, donde las rivalidades internas descuidaron las amenazas externas lo que las hizo colapsar.
El patrimonialismo es visto por Fukuyama como una tendencia subyacente que tiende a beneficiar los familiares y amigos de los dirigentes que solo puede contrarrestarse con un estado fuerte, apoderado de sentido de legalidad y de buen gobierno.
La libertad para Fukuyama “no se gana cuando el poder del Estado es limitado, sino cuando el poder del Estado es fuerte y se enfrenta a una sociedad igualmente fuerte. A su vez ésta no se pierde cuando el Estado es demasiado fuerte, sino cuando es demasiado débil”.
El patrimonialismo español y portugués cruzó el Atlántico y se instauró en Latinoamérica el traslado de la encomienda que institucionalizó la servidumbre y la esclavitud que fortaleció el poder de los latifundistas, más allá de la independencia. De ahí que hoy en día “Latinoamérica presenta el mayor nivel de desigualdad económica del mundo, y en ella las diferencias de clase se corresponden a menudo con las diferencias raciales y étnicas”.
En Costa Rica, la encomienda, aunque existió, no floreció y tampoco la esclavitud en grandes plantaciones. Esto permitió que con la independencia, después de algunos zipizapes, se diera la construcción de un Estado que nos permitió de arranque enfrentar a los filibusteros y posteriormente a la construir la llamada república Liberal. Gracias a la gestión estatal se construyeron los ferrocarriles al Caribe y al Pacífico, y el país tuvo durante el último tercio del siglo XIX una tasa de crecimiento superior a la de EEUU, que convirtió a San José en la tercera ciudad con iluminación eléctrica del mundo.
Cuando en los años 30 se demandaron ajustes no hubo capacidad de hacerlos oportunamente y se instauró en su lugar una creciente corrupción, que llevó a una etapa turbulenta que culminó con la guerra del 48. Los cambios que se habían iniciado a principios de los 40 se consolidaron en la llamada Segunda República y el país retomó, con una nueva visión inclusiva, el rumbo y articulación institucional hasta los años 70s Una industrialización fallida promovida por grupos patrimonialistas y la crisis centroamericana, llevaron al colapso en 1982. La crisis generó una revisión de la política económica, orientada a la apertura del comercio internacional. Se esperaba que la relación con el comercio internacional dinamizara la economía y enrumbara de nuevo al país, cosa que solo parcialmente se logró ya que si bien creció el PIB, aumentó la desigualdad en la distribución del ingreso. El 22% del sector moderno mejoró sus ingresos mientras el 78% del sector tradicional se estancó o retrocedió. La receta no resultó incluyente y se erosionó el tejido social, haciendo vulnerable a amplios sectores de población frente a los avances del narcotráfico regional y la delincuencia organizada en nuestro país.
El patrimonialismo se ha asentado en grupos corporativos que controlan instituciones importantes como el transporte público, la salud, el desarrollo urbano y demás, mientras crece la impunidad u el Estado de derecho se debilita cada vez.
Un poder ejecutivo amarrado por la tramitomanía, un poder legislativo secuestrado por grupos de alquiler amparados a un reglamento antidemocrático, y un poder judicial cada vez más dependiente de los políticos.
Entre tanto la política electoral compite por soluciones individuales a través de “manos limpias” y ubicar la causa de los problemas en las corporaciones sindicales y los empleados públicos. Se omite así el análisis global dentro del cual éstos son apenas un engranaje del sistema.
La tarea de recuperar una visión incluyente y tener capacidad estratégica y táctica para realizar los cambios. Esta es en esencia la política: “la capacidad de los líderes de abrirse paso a través de una mezcla de autoridad, legitimidad, intimidación, negociación, carisma, ideas y organización”.
De otra forma se abre el camino se abre paso a la violencia para desplazar a los sectores interesados y aposentados que boquean las reformas institucionales.