La economía actual basada fundamentalmente en las leyes de mercado confronta el peligro de hacer desaparecer la vida humana. No solo está agotando los recursos naturales vitales como los suelos y la vida marina, sino que erosiona, dada la creciente desigualdad, los tejidos sociales al mismo tiempo que fractura la estabilidad política de las naciones. Ante esta debacle, surgen como respuesta cada vez más nuevas prácticas de producción y organización, impulsadas desde las comunidades y sectores de nuestro planeta. Estas nuevas prácticas perfilan, diversos tipos de senderos innovadores. Se han venido gestando así nuevos modelos respetuosos del medio ambiente que estimulan estimulan la producción y el arraigo de las comunidades. Dentro de estos modelos se destaca en el agro la producción orgánica y agroecológica, que se apartan de la explotación masiva con recetas agroquímicas de desgaste de los suelos, generan plagas y contaminan el medio ambiente. Este sector ha venido, lenta pero sostenidamente, abriendo brechas con nuevos paradigmas con logros cada vez más significativos en cuanto a la calidad y cantidad de la producción. Un ejemplo de esta innovación, en nuestro país son los exitos generados y estimulados por Asociación de Pequeños Productores de Talamanca, el clúster más antiguo y numeroso del país. Esta asociación integrada en un 80% por indígenas con gran participación femenina, ha logrado incrementar la producción del banano y el cacao, generando un clima que ha estimulado a los profesores y jóvenes del colegio a crear una vacuna natural contra la monilia del cacao, enfermedad devastadora de este cultivo, innovación que fue reconocida premiada internacionalmente con un premio de INTEL en el 2014.
Se trata, todavía de logros parciales, pero que abren senderos prometedores para una producción cada vez más sostenible basada en la integración de saberes tradicionales y modernos.
Tanto en los campos como en los centros urbanos, estas nuevas formas de producción, han venido jugando un papel cada vez más destacado en la protección del medio ambiente, como entorno de vida de los socios así como en la estabilidad laboral y de ingresos, muchas cooperativas y diversas formas asociativas de productores y trabajadores surgidas al calor de las necesidades han desarrollado estas prácticas conservacionistas como respuesta de las necesidades de los asociados. Es importante señalar que esta emergencia de estas nuevas organizaciones innovadoras en lo productivo u organizacional, es parte de la búsqueda de nuevos senderos de encadenamiento y arraigo local. En este proceso han participado también empresarios individuales, para poder enfrentar la competencia de las transnacionales, como es el caso del Hotel Punta Islita. Experiencia destacada en universo del turismo que ha estimulado el surgimiento y encadenamiento con 24 empresas locales, seis de ellas de arte que han generado empleo e ingresos. Ha recuperado la vegetación nativa para reinsertar especies nativas como la lapa roja que habían sido desplazadas por la ganadería, al mismo tiempo que ha creado un clima de arte y cultura donde no caben casinos ni las mafias que acompañan los hoteles tradicionales.
En este sentido es importante conocer y estudiar nuevo fenómeno organizacional y empresarial, sin pretender meterlo en moldes rígidos y moralistas como ha sido el caso de quienes pretenden etiquetar las nuevas experiencias como “economía social solidaria”, excluyendo a quienes no caen en su definición. Igualmente importante es no confundir la personería jurídica, por ejemplo de tipo cooperativo, con las funciones que cumple la empresa en relación al entorno ambiental y social. El hecho de tener una personería jurídica asociativa no garantiza el cumplimiento de sus funciones con el ambiente y la sociedad, a veces puede ser solo un manto para poder acogerse a políticas públicas que benefician al sector cooperativo o asociativo.
En este sentido estas políticas deben afinarse para estimular y promover por resultados sociales y ambientales a las mejores prácticas e iniciativas emergentes.
La práctica tradicional de estimular y dirigir desde la burocracia la formación de cooperativas o asociaciones de diverso tipo, no ha producido siempre los mejores resultados. Estas organizaciones y sus federaciones han sido codiciadas por el poder político para utilizarlas como bandas de transmisión de poder. De tal forma se han promovido políticas públicas institucionales para subordinar, con recursos públicos a las organizaciones, que premian la lealtad y castran la eficiencia y la iniciativa.
Las políticas públicas en estos casos deben orientarse por el impacto y resultados como estimulantes de las iniciativas locales y sectoriales, lo cual solo se logra con una descentralización y participación que garantice la autonomía y el desarrollo interno. Los servicios de crédito y capacitación así como los estímulos fiscales deben responder, en procesos transparentes a las necesidades de las organizaciones y no deben existir posibilidades de condicionarlos a lealtades políticas espurias. En este sentido deben separarse funciones de crédito
Las nuevas prácticas están marcando la senderos a la economía y deben ser estudiadas con mucha atención por las universidades y su conocimiento difundido para promover su experiencia y contribuir a rediseñar el sistema de promoción y apoyo institucional desde organismos cada vez más técnicos y menos políticos que se evalúen por resultados.