Miguel Sobrado
Afectar la salud, echándose encima a los asegurados, en un momento donde se responsabiliza a los empleados públicos del déficit fiscal y el mal funcionamiento del Estado, no parece cuerdo ni inteligente.
Por este camino terminarán de destrozar las organizaciones sindicales y su capacidad de incidir en los cambios que realmente requiere el país para superar el patrimonialismo del sistema o capitalismo de cuates, donde ésta se incuba la corrupción y se desparrama en cascada por casi todo el aparato público.
El movimiento sindical, tanto del sector privado como público debe poner su atención en garantizar que los servicios públicos sean eficientes y de calidad. Que nos sirvan a todos y garanticen el mejoramiento continuo de la sociedad y la continuidad y estabilidad institucional.
Hay que encontrar las causas en el sistema vigente, que muy acertadamente llama Denise Dresser “capitalismo de cuates”, esto es grupos de interés que han configurado la administración pública adecuando las leyes y reglamento para servirse, no para servir. Grupos que no deben confundirse con la gran masa de emprendedores creativos que con grandes esfuerzos sacan nuestra economía adelante a pesar de sufrir el peso de la burocracia y su tramito manía.
Hay que preguntarse por ejemplo ¿por qué las medicinas son más caras en nuestro país que en el resto de la región y gran parte del mundo?; ¿igualmente por qué las carreteras son más caras, su construcción más lenta y pagamos más caro el cemento, el transporte público y los créditos usureros?
Hay que atacar el sistema en su raíz, no ser cómplices y defender privilegios que desvían la atención de las verdaderas causas sistémicas. El sindicalismo si quiere permanecer como, lo que debe ser, esto un movimiento social que defiende sus legítimos intereses y propicia el cambio, pero no busca privilegios, debe recuperar las banderas solidarias de la salud y el buen servicio público y jamás, bajo ningún concepto recurrir al maltrato de los enfermos, que son trabajadores igual que ellos.
Actuar de manera irresponsable, como lo han venido haciendo con la presente huelga, es ignorar el clima de repudio que generan sus acciones y su debilidad estratégica en la actual coyuntura, donde los medios han logrado ubicarlos como responsables de la corrupción y la crisis que vive el país. Es poner la cabeza bajo la guillotina en un momento que el verdugo está listo para dejarla caer.