Ver a las personas como seres con capacidades de reacción y organización, y no como “pobrecitos” que deben ser “ayudados”, fue la clave del éxito del Hospital sin Paredes.

Fue esta visión epistemológica del método lo que dio grandes frutos en la región. Lamentablemente, se han confundido las técnicas empleadas durante el proceso con la esencia del método, de tal forma que en la creación posterior de los Ebáis, que se suponen son su continuidad, se ha dejado por fuera a la comunidad y, en el mejor de los casos, se le ha incorporado no como socio activo sino como servicio de “sacristía”.

Lograr, como lo hizo el Hospital sin Paredes, formar 161 comités de salud con la participación y recursos de las comunidades, reduciendo no solo las tasas de morbilidad, sino activando la organización y participación económica, la educación y el bienestar en general, es imposible sin despertar el potencial organizativo y la voluntad de la gente.

Esto solo se alcanza cuando la gente se apodera y se hace dueña de su suerte. Difícilmente podrán hacerlo sin la comunidad, los técnicos y profesionales en medicina con sus propios recursos.

No es fácil para un profesional que ha pasado siete u ocho años de estudio en aulas y laboratorios dentro del ámbito disciplinario, pensar que puede trabajar conjuntamente, e incluso complementarse, con miembros de la comunidad con educación básica.

A este distanciamiento contribuye la formación adquirida por el sistema educativo formal y su práctica pedagógica, que le induce a actuar “desde arriba”, llevando de la mano a la comunidad, como si las personas fueran niños, dejando de lado que se trata de adultos cuyo aprendizaje corre bajo los principios de la andragogía; esto es, que responden a sus necesidades y requieren autonomía.

Orientación innovadora. Al igual que Einstein, que trascendió la teoría de la relatividad contra viento y marea de la física newtoniana, el doctor Juan Guillermo Ortiz Guier fue más allá de la visión disciplinaria prevaleciente, se salió del paradigma tradicional y visualizó un enfoque operativo integral.

Partiendo de las necesidades de salud existentes y del potencial latente en las comunidades de organizarse a partir de la salud, le dio una orientación innovadora.

Su visión se fundamentó en la capacidad de la gente, pero no como asunto de fe o de bondad ingenua, sino como base probada de un método que moviliza las neuronas y genera capacidades. Un sistema que, en primer lugar clarifica la tarea, pero al mismo tiempo orienta y estimula el proceso de conocimiento de la propia realidad. Todo esto dentro de un proceso de organización que otorgó poder y autonomía a los comités de salud y facilitó información de la situación a los salubristas, aliados estratégicos en la consecución de la salud comunitaria.

Fue dentro de esta visión desencadenante del potencial existente en la comunidad que se articularon los instrumentos técnicos.

No es posible lograr lo mismo, como lo han pretendido hacer posteriormente los Ebáis, aplicando los instrumentos, pero prescindiendo de la participación de la comunidad.

No solo no puede lograrse en la misma medida, sino que resulta mucho más onerosos y menos eficiente.

Nuevo paradigma. La experiencia del Hospital sin Paredes debe ser rescatada en San Ramón, por dos razones fundamentales. Primero, porque aquí reside la experiencia genesíaca y existe el conocimiento y habilidades para retomar y reproducir el sistema en todo el país. La salud sigue siendo un tema neurálgico en una época que nos aporta nuevos problemas y retos. Para retomar esta tarea, solo falta decisión institucional que respalde las iniciativas existentes de sacar provecho de la experiencia de las organizaciones y comunidades.

En segundo lugar, porque su experiencia genera un nuevo paradigma de gestión pública que contribuirá a resolver el estancamiento y entrabamiento que sufre actualmente el aparato institucional.

Esta experiencia debe verse con nuevos y prometedores ojos, pues debe extenderse a otros campos, por ejemplo, al desarrollo para lograr modernizar y encadenar el sector tradicional de la economía con el sector moderno.

No hacen falta, por ejemplo, para atender las necesidades de capacitación de las comunidades apartadas y con bajo nivel educativo, grandes presupuestos ni edificios con personal de planta como si se tratara de ingresarlas a la economía más sofisticada.

Para incorporarse progresivamente a la moderna economía son necesarios, más bien, cursos preprofesionales organizados por y con la participación de las comunidades, como lo ha demostrado el proyecto Germinadora en la región sur-sur.

Las comunidades, cuando son acompañadas de un liderazgo técnico inteligente y autonomía organizativa, encuentran caminos y soluciones, más allá de los rígidos cánones institucionales, que pueden servir, primero, de senderos; después, de autopistas para la reforma institucional que urgen en nuestro país.