Los vertiginosos cambios políticos que experimentan todos los países del mundo apuntan a un objetivo claro: construir nuevas democracias. Las estructuras institucionales y legales se presentan cada vez más insuficientes para esa tarea.

Nuevas capacidades ciudadanas, más allá de lo legal e institucional, están surgiendo y asumen los retos de la democracia. El desafío político se presenta, precisamente, como una manera de estimularlas, configurarlas y convertirlas en condición de un desarrollo equilibrado. De ellas dependerá que las transformaciones actuales configuren las nuevas democracias.

La “construcción institucional”, impulsada con grandes expectativas por los organismos internacionales para afianzar la democracia –ahora lo sabemos– no ha sido exitosa. Don Sergio Ramírez lamenta este fracaso en su artículo “La democracia como mentira”, publicado en este diario el 19 de abril.

“Pronto se descubrió (…) que la institucionalidad democrática era capaz de resucitar de las cenizas donde esa institucionalidad había prosperado antes como en Uruguay o Chile, pero donde históricamente había sido débil (…) era difícil reinventarla como en la mayoría de los países centroamericanos”.

Acierta don Sergio al constatar que los procesos electorales no son suficientes para que surja la democracia. Se requiere un caldo de cultivo cívico y de una institucionalidad previa que, añadimos aquí, tenga su arraigo en la práctica sostenida de una comunidad cívica. La Auditoría Ciudadana sobre la Calidad de la Democracia remarca la complejidad del sistema que se requiere, más allá de lo electoral.

Afirma: “También es un modo de convivencia entre las personas capaz de garantizar un mínimo de oportunidades y capacidades sociales para ejercer sus derechos ciudadanos”.

Más que educación. El sistema educativo es fundamental para alcanzar esta tarea, pero no es suficiente. La educación sistemática tradicional, incluso modernizada tecnológicamente, debe ser complementada.

El ciudadano debe estar capacitado en organización empresarial y ciudadana y desenvolverse siempre como parte de la organización y miembro de la comunidad política.

Don José Figueres Ferrer decía muy acertadamente que “los hombres sin organización no tienen ningún poder”.

En las viejas democracias, la capacitación organizacional empresarial que fortalece la participación ciudadana la recibían los jóvenes en las empresas familiares ligadas a bienes inmuebles. Hoy, las formas empresariales se han visto reducidas y la generación de ingresos se obtiene mediante nuevas formas de conocimiento, habilidades y servicios en la vida económica, que obliga a repensar y reorganizar el sistema formativo.

La nueva realidad exige empoderar al joven para que se desenvuelva en el nuevo mundo económico. Debe superar un proceso de capacitación empresarial.

Este proceso no puede reducirse a la información proporcionada en modelos simulados en el aula. Más bien debe responder a experiencias reales, en un modelo metodológico dual, impulsado por todo el sistema educativo.

Componente experimental. La conciencia y capacitación cívica tampoco puede depender de lecciones de aula ni de teoría sobre los derechos ciudadanos. Debe tener un componente experimental, en el que se evidencien y enfrenten los condicionamientos clientelistas y corporativos que limitan el ejercicio cívico y reducen al ciudadano a ser cliente de un patrón político o personal. O sea, debe cuestionar la inercia burocrática y promover la soberanía ciudadana en los procesos de gestión y rendición de cuentas locales, regionales y nacionales; promover la ruptura con la pasividad y el conformismo, así como ejercer con sabiduría y sentido.

La información y las normas son importantes, pero solo la actividad humana tiene el poder de transformarnos. No hay que llamarse a engaño: si no actuamos como ciudadanos, soberanos de lo público, y exigimos de manera consecuente el cumplimiento del artículo 11 de la Constitución Política, terminaremos pensando y actuando como clientela que renuncia a su soberanía.

La educación y la capacitación organizacional empresarial y ciudadana deben enmarcarse orgánicamente en el mundo contemporáneo, en busca del consenso con la igualdad entre hombres y mujeres y con la sostenibilidad del ambiente.

Esto implica una nueva visión y diseño del sistema educativo y de la política social. El sistema educativo debe sentar la base de la formación, pero la política social, más allá de su función asistencial a quienes no pueden valerse por sí mismos, debe concentrarse en el empoderamiento organizacional de los grupos y comunidades.

Las soluciones de las necesidades sociales de las comunidades deben ser configuradas por ellas mismas, con autonomía, recursos y apoyo técnico del Estado. La experiencia brasileña, a pesar de sus limitaciones, demuestra que este es el mejor camino para eliminar la pobreza extrema y mitigar el impacto del cáncer clientelista.