Se han desatado migraciones masivas de personas y familias de los estados del triángulo norte de Centro América hacia los Estados Unidos. Esto es nuevo por su masividad y organización de los migrantes, para poder protegerse de los coyotes, asaltantes y violadores, pero no es un fenómeno nuevo, que se viene dando hace décadas. Según estimaciones de expertos entre un 10% y un 12% de la población de esos países ha emigrado colocando a la región a la cabeza mundial de las migraciones. Pero muchos años antes de las actuales caravanas masivas, que han colocado el tema en los medios de comunicación, entre medio millón y 700.000 personas lo hacían anualmente, aunque en pequeños grupos, subiéndose al tren mexicano que va de frontera a frontera que por su crudeza y violencia contra los migrantes se ha llamado La Bestia. La gente que emigra está desesperada de las malas condiciones y falta de perspectivas imperantes a pesar de la gran riqueza de sus países. Escapan de la falta de oportunidades educativas, del desempleo y de la violencia que practican tanto las autoridades como las maras y el narcotráfico. Los sistemas de gobiernos son ejercidos por grupos de poder que se reparten los beneficios del Estado y saquean las arcas públicas sin tener un norte común integrador. A contrapelo de sus propias constituciones y leyes menosprecian a sus poblaciones y no consideran la educación de la como una inversión necesaria. Las decisiones se imponen por la fuerza, desalojando a las poblaciones de manera violenta que no excluyen los asesinatos de los dirigentes que se oponen activamente, como fue el sonado caso del asesinato en Honduras de Norma Cáceres que permanece impune. Las élites gobernantes viven en verdaderas burbujas en ciudadelas amuralladas y de espalda a las necesidades de la población a la que miran con prejuicio racista, ignorando las necesidades de inversión en capital humano que requiere el desarrollo actual. Por eso no contribuyen al fisco y tienen una baja recaudación de impuestos, muy por debajo de las necesidades de inversión pública moderna. En este contexto florece la economía subterránea de las maras y narcotraficantes que asumen cada vez más porciones de poder, cobrando peaje para permitir la actividad económica en los territorios. La desesperanza y la violencia expulsa las poblaciones hacia cualquier parte, donde exista un espacio para vivir, asumiendo incluso el riesgo de ser asaltados y violados en travesía ferroviaria de La Bestia. Las actuales marchas masivas escapando del infierno de sus países podrían estar marcando un parte aguas en la historia de la región que está involucrando cada vez más actores. Ya el Presidente electo de México Andrés Manuel López Obrador hablo de hacer un proyecto magno, conjuntamente con Canadá y los Estados Unidos, para el desarrollo del sur de México y los tres países del triángulo del norte de Centro América. . Está por verse si los Estados Unidos de Trump, que de entrada envió el ejército a la frontera, van a aceptar la idea. En todo caso, si pudieran recogerse los fondos, no es una tarea para ser manejada desde los escritorios de la burocracia. Implica en primer lugar hacer cambios políticos en esos países que le den participación activa a los excluidos. Que puedan gozar de espacios y autonomía así como apoyo técnico a sus proyectos que genere posibilidades de inclusión en el proceso de desarrollo. Esto no es fácil de aceptar por las estructuras empotradas en poder y convencidas de que se trata de los migrantes son “perdedores e incapaces”. Es previsible, más bien un incremento de turbulencias sociales y políticas así como salidas violentas en Centro América y su contexto inmediato. Pareciera que algo se ha quebrado y de abajo ya no soportan la situación y los de arriba no tienen la visión, la capacidad, ni la flexibilidad para realizar los ajustes necesarios. Se han puesto en evidencia con toda su crudeza los límites que tienen para gobernar los actuales gobiernos. Si bien si bien esta experiencia y sus impactos por el momento son regionales, no debe perderse de vista que la causa estructural que ha generado este fenómeno, esto es el patrimonialismo o corporativismo de los gobiernos, en mayor o menor grado, comparten todos los estados latinoamericanos. Patrimonialismo sustentado por relaciones clientelistas que han sido el eje del poder, pero que en la transformación que está teniendo la economía y la sociedad latinoamericano y mundial son insostenibles y retrasan peligrosamente los ajustes necesarios. Por eso es que afloran cada vez con mayor fuerza las crisis económicas sociales y políticas que ensombrecen el panorama continental con las orejas del populismo y el fascismo. La crisis regional debe llamar a una reflexión y acción profunda en el continente, se requieren cambios estructurales profundos, descentralizando y democratizando la gestión pública, apoderando a los excluidos de organización ciudadana, y aprendiendo y difundiendo las mejores prácticas, amistosas con el medio ambiente y que permiten generar ingresos y arraigar a la población