Una muy buena noticia es la orden que el gobierno giró a los bancos públicos de orientar su crédito hacia el agro y la industria. Reactivar el sector tradicional es una tarea impostergable para estimular la generación de empleo y modernizar progresivamente la economía.

Dado el bajo nivel de una parte importante de nuestra mano de obra, la reactivación es esencial porque el crédito por sí mismo no la garantiza si no va acompañado de políticas que incluyan la capacitación y la modernización del sector.

El Instituto Nacional de Aprendizaje (INA), lamentablemente, no está haciendo bien su tarea. Cuenta con programas, instalaciones y equipos para capacitar una parte del sector moderno y a jóvenes que han logrado un nivel de educación formal alto, pero deja por fuera a quienes no poseen al menos noveno año aprobado.

La población económicamente activa con bajo nivel educativo es mayoritaria en las zonas rurales y en muchas partes metropolitanas, de ahí se nutren, como es sabido, el desempleo y la pobreza.

La política del INA ha omitido a este tipo de población. Si se quiere que el crédito genere empleo al mismo tiempo que estimule encadenamientos con el sector moderno, es preciso romper esquemas rígidos de la educación formal estandarizada, que opera con instalaciones y personal administrativo y académico en propiedad.

Las comunidades interesadas pueden proporcionar estas condiciones si se les ofrecen los servicios adecuados.

Experiencia exitosa. Como responsable que fui del proyecto Germinadora, en la zona sur, constaté el ansia de superación de pequeños productores y de otros sectores de la población, que no encuentran espacio en los cursos regulares del INA.

En el 2005, Coopetrabasur, cooperativa de autogestión bananera con sede en el cantón de Corredores, que vendía bajo el sistema de comercio justo, solicitó a la OIT y a la Universidad Nacional organizar un laboratorio organizacional de terreno.

El laboratorio dio cursos preprofesionales impartidos por técnicos locales. A la convocatoria llegaron más de mil personas, y los recursos de Coopetrabasur se hicieron insuficientes y tuvieron que integrarse otras cooperativas de la región, entre ellas Coopeagropal.

Producto de la demanda, las cooperativas regionales le solicitaron a la Junta de Desarrollo Regional de la Zona Sur (Judesur) la puesta en marcha de un proyecto Germinadora para reproducir masivamente la experiencia.

Se formaron dentro de esta iniciativa promovida por la UNA, el IMAS, el Movimiento Cooperativo, el Banco Popular, el INA y más de 40 técnicos en desarrollo comunitario y se llevaron a cabo cerca de ocho laboratorios de terreno más en diversas partes de la región; a cada uno llegaron al menos 250 personas.

Evidenciando el interés por capacitarse en estas actividades, los participantes aportaron sus salones comunales y casas para dar las lecciones.

Además de los cursos preprofesionales, por los que pasaron 3.000 personas, fueron impartidas clases prácticas de proyectos a los que acudieron más de 1.300 personas y se elaboraron 800 perfiles de proyectos.

Sin recursos. Aunque este proyecto fue declarado de interés público por la presidenta, el financiamiento y el crédito no se hicieron presentes por falla institucional.

A pesar de que más de 200 empresas iniciaron de alguna forma sus actividades con sus propios recursos, las instituciones acordaron suspender las capacitaciones por temor a la indignación de los ciudadanos.

Ahora que existe la Banca para el Desarrollo y la decisión del gobierno para orientar el crédito a los sectores rurales y a la pequeña industria, es preciso evitar que se dé la situación contraria, es decir, otorgamientos de créditos sin capacitación y preparación de la comunidad para afrontar las nuevas condiciones del mercado.

Una reorientación necesita, desde luego, que el INA asuma la capacitación de grandes grupos e incorpore a las comunidades como socias activas de su propio proceso, tal como lo hizo el benemérito de la patria Dr. Ortiz Guier en el Hospital sin Paredes, experiencia reconocida internacionalmente, y como lo ha demostrado el proyecto Germinadora.

No hay que tenerles miedo a las comunidades, hay que trabajar con ellas y a la par de sus necesidades.